A principios del siglo XVIII, Santa Cruz era un pequeño pueblo de unos 2.000 habitantes y sus vecinos sólo contaban con la poca agua que corría por los barrancos, la que se extraía de las norias –calle a la que le dieron nombre- y la de los pozos o aljibes de las huertas o patios de las casa, cuyos propietarios podían permitirse este lujo.
Cuando en 1706, el capitán general Agustín de Robles hizo traer el agua desde los manantiales de Monte Aguirre, en la cordillera de Anaga, hasta la plaza del Castillo, e instaló en su centro una fuente pública o Pila para que los santacruceros pudieran suministrarse de agua potable en cualquier época del año. La repercusión popular fue tan grande que, la polvorienta y vieja plaza de Armas, Real y ahora del Castillo, perdió su nombre original y pasó a llamarse, durante más de un siglo, Plaza de la Pila. También la calle de las Lonjas o de los Malteses (calle de la Candelaria) pasó a ser conocida como calle de la Pila.
El agua llegaba a través de doce kilómetros de rudimentarios canales de madera –atarjeas- elevadas del terreno sobre palos para evitar que los animales abrevasen en ellas. Este sistema tenía el inconveniente de su elevado coste y las pérdidas continuas de agua que se producía por las juntas.
Dentro de la población el agua circulaba por conductos de mampostería, soterrados y tapados con losas, recorriendo las calles Canales Bajas (Doctor Guigou), Pilar, San Roque (Suárez Guerra), y Barranquillo (Imeldo Serís), hasta llegar a la Casa del Agua, situada en la calles de las Canales (Ángel Guimerá). Desde aquí se distribuía a la huerta del convento de Santo Domingo, a la fuente de la Pila, al aljibe del castillo de San Cristóbal y al caño de la aguada, en la playa de la Alameda, para el suministro a los barcos.
El agua era gratis para el pueblo; pero, para atender al mantenimiento y las reparaciones en el sistema de conducción del agua, los barcos tenían que pagar unos derechos de aguada; es decir, 100 reales el navío de Indias; 6 reales, una fragata; 4 reales, los barcos que navegaban a islas no vecinas; y 2 reales, los que iban a islas vecinas.
La fuente de la Pila tiene forma de copa gallonada, labrada en piedra volcánica del país. En su centro, y en alto, tenía un surtidor por el que salía el agua que caía en la copa, donde a su vez rebosaba por las bocas de seis mascarones, a modo de gárgolas muy poco resaltadas y, desde aquí, hasta un pequeño estanque o pileta circular, en cuyo centro se alzaba el conjunto.
Al borde de la copa, grabada en la misma piedra, se lee: “Año de MDCCVI reinando Felipe V siendo governador capitán general el excelentísimo señor don Agustín Robles y Lorenzana”.
En 1802, sin que se sepan las causas, la Pila se cayó al suelo y se rompió, quedando inutilizada. Para recomponerla se trajo piedra de una cantera de Pedro Álvarez (Tegueste), uniéndose las piezas con pernos de metal.
Dos años antes del citado suceso, había hecho escala en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, en su viaje a Australia, la expedición científica que mandaba el capitán Nicolás Baudin.
Uno de sus dibujantes, Le Brun, realizó un dibujo de la Pila, acompañado del siguiente texto: “Fuente de lava situada en la Gran Plaza de la Villa de Santa Cruz de Tenerife”.
En el grabado observamos que el pedestal que soporta la copa que corona la fuente es mayor que el actual y que, además, tiene dos cartelas con las armas reales de España; por lo tanto, consideramos que, al caerse, la columna sustentadora se rompió siendo sustituida por una más corta, y más elemental.
En 1813, cuando el Ayuntamiento dispuso de su primera Casa Consistorial, situada en una casona, alta y grande, con fachada principal y balcón dando a la plaza de la Pila y esquina con la calle del Castillo, para evitar el bochornoso espectáculo, discusiones y peleas que diariamente ofrecían las aguadoras, acemileros, soldados y la chiquillería que venían por agua a la Fuente, consideraron oportuno trasladarla a la huerta del castillo de San Cristóbal y colocarla junto al muro que daba al mar, para que pudiera suministrar la aguada a los buques, surtir al aljibe del Castillo, regar la Alameda del Muelle, y que los vecinos también la pudieran usar.
Además, aprovecharon la ocasión para cubrir la Plaza con baldosas, pues los vertidos y derrames de agua convertían el entorno en un lodazal inmundo, al mezclarse el barro con los excrementos de los burros y las mulas que iban a cargar los recipientes en los que se transportaba el líquido elemento.
En 1844, cuando empezó a funcionar la Fuente de Isabel II, la Pila se desmontó y se guardó en un solar municipal, mientras se le encontraba una nueva ubicación.
A finales del siglo XIX, Anselmo J. Benítez, famoso industrial, concejal y primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Santa Cruz, la rescató del olvido y de su posible desaparición, al solicitar su cesión para colocarla en los jardines de su museo, archivo, biblioteca y hotel Villa Benitez.
Con la remodelación de la plaza de la Candelaria, debido a las obras del Plan Urban de 1986, los herederos de Anselmo J. Benítez la devolvieron a la ciudad para que fuese entronizada en su lugar de origen, la plaza que, en su día, había recibido su nombre, aunque no se situó en su lugar exacto.
La fuente de la Pila, aparte de darle nombre al principal recinto urbano de la población –plaza de la Pila-, constituyó el primer elemento de ornato del Lugar y Puerto.
Hoy forma parte del patrimonio histórico de Santa Cruz de Santiago de Tenerife y constituye uno de los pocos testimonios materiales que perduran del siglo XVIII.
Recientemente se le ha colocado una placa que explica su origen y significado. Cuidémosla como valioso testigo de nuestra Historia.
José Manuel Ledesma Alonso
Cronista Oficial de Santa Cruz de Tenerife