Los edificios de Santa Cruz, construidos con piedra volcánica oscura, cortada en enormes bloques, poseen grandes portales lo suficientemente altos y anchos para que puedan utilizarse en la entrada y salida de carruajes.
Al atravesar el portal se llega al patio interior que conforma el centro de la casa, pues por los cuatro lados de este patio existen unas galerías en las que se encuentran las puertas y ventanas de las habitaciones. El patio está adornado con arbustos floridos, plantas y enredaderas que trepan hasta las galerías, entrelazándose de columna en columna a fin de formar refugios frescos y sombreados contra el caluroso sol del mediodía. En algunas casas, en el centro del patio se encuentra una pequeña fuente que proporciona ese suave y sosegado rocío del agua que cae y que tan refrescante resulta en un clima cálido.
Sus habitantes viven en las habitaciones del piso alto, al que conduce una escalera que parte del citado patio. La habitación principal, una especie de sala de recibimiento, da a la calle y ocupa toda la fachada de la casa, mientras que los dormitorios y los otros cuartos están distribuidos en los tres lados restantes. Los muebles son escasos, las cortinas son raras, no se ven adornos que hagan la habitación agradable, los pocos cuadros que cuelgan en las paredes enjalbegadas son de execrable ejecución, y los grabados de Santos son horribles al estar cubiertos de oropel. Todos los cuartos del piso bajo son despensas o bodegas.
Las casas terreras tienen las ventanas pequeñas y enrejadas con pesadas barras de hierro, mientras que las celosías de madera están ingeniosamente talladas.
Las calles se hallan pavimentadas con adoquines de piedra volcánica, maravillosamente cuadrados y colocados de forma regular. Si no fuera por la hierba que le crece por los intersticios se podría decir que el pavimento ha sido colocado recientemente.
Mientras, en las zonas bajas de la ciudad, en dirección a la fortaleza de San Juan, las calles están hechas con guijarros y son cualquier cosa excepto limpias, pues sus habitantes arrojan en ellas desechos y basuras de todas clases.
El jardín público o Alameda es un curioso y pequeño lugar, provisto de asientos, árboles, flores subtropicales y una fuente. Aquí se pueden ver a las personas, solas o en pareja, dando vueltas y vueltas por un suelo cubierto de grava. Todas llevan un aire severo y austero, como si las penas de la vida fueran demasiado para ellos. Hombres y mujeres se pasean arriba y abajo con un aire serio y solemne, vestidos con lo más selecto de su guardarropa. Incluso los niños pequeños tienen algo de ese carácter pesimista y no se les ve divertirse, corriendo, riendo y jugando como los niños ingleses.
El gobernador de las islas reside en Santa Cruz de Tenerife, apoyado por una enorme plantilla de satélites cuya principal obligación es la de vigilar a los prisioneros políticos, generales y otros dignatarios que abundan aquí. La ciudad está plagada de oficiales del gobierno, reconocidos por su arrogancia y por el hecho de que la legión de mendigos que existe en la ciudad nunca les piden limosna.
La catedral de Santa Cruz (Parroquia de La Concepción) está considerada uno de los monumentos de Tenerife, aunque en su interior no posea ningún mérito arquitectónico ni nada valioso que merezca una segunda visita. Aunque los altares son de caoba, los sacerdotes han preferido pintarlos, imitando el lapislázuli, la malaquita, el jaspe y otras piedras.
Las vestimentas de los Santos son ridículamente grotescas, las imágenes de la Virgen están ataviadas a la moda del siglo pasado, con gorgueras y petos, mientras que los santos varones están vestidos con trajes que varían desde las calzas y el jubón hasta las botas de rojo marroquí y sombreros de plumas. Además, hay inmensos cuadros alegóricos de temas bíblicos en los que el dibujo y el tratamiento es infame.
Sir Alfred Burdon Ellis (Inglaterra,1852 – Santa Cruz de Tenerife, 1894)
Educado en el Royal Naval Scholl, de New Cross, ingresó en el ejército en 1872, llegando a ser teniente coronel del Primer Batallón del Regimiento de las Indias Occidentales, con base en Freetown, Sierra Leona por lo que fue condecorado con la Medalla West African.
Entre 1871 y 1882 visitó la mayoría de las islas de la costa occidental africana: Santa Elena, Ascensión, Fernando Poo, San Vicente, San Antonio, Madeira, Gran Canaria y Tenerife, donde estuvo en seis ocasiones.
Enfermo de fiebre, viajó a Santa Cruz de Tenerife para recuperarse, falleciendo el 5 de marzo de 1894. Fue enterrado en el cementerio inglés de Santa Cruz de Tenerife (San Rafael y San Roque).
Sus libros tratan de la religión, usos, costumbres, leyes e idioma de los habitantes de la Costa de Oro de África occidental, de ellos destacamos Los Ovejas y los Yoruba Parlantes.