125 años de la concesión del título de Muy Benéfica a Santa Cruz de Tenerife

Las pruebas de abnegación y heroísmo demostrados por los habitantes durante la epidemia de cólera fueron reconocidas el 23 de abril de 1894 por el Consejo de Ministros

En el otoño de 1893 comenzaron a llegar noticias de la existencia de una epidemia de cólera en la Península y Europa, lo que obligaría a que en Santa Cruz se aplicaran las habituales medidas de precaución, ordenando a los barcos procedentes de puertos “sucios” a guardar la preceptiva cuarentena.

El 29 de septiembre llegó el vapor italiano Remo, procedente de Río Grande (Brasil), de paso para Génova. Venía con "patente sucia" por lo que quedó fondeado frente al Lazareto, en el barrio de Los Llanos, para que pasara allí la preceptiva cuarentena; pero, como la vigilancia no fue la oportuna, y se produjo algún contacto con tierra, daría lugar a que Santa Cruz fuera invadida por una pavorosa epidemia de cólera morbo-asiático que llegaría a alcanzar a centenares de hogares.

Rebasados los primeros momentos, la reacción del pueblo fue inmediata y, lejos de ser presa del desaliento y el desánimo, se aprestó a luchar contra este nuevo invasor, formando parte de las comisiones de Sanidad, Subsistencias y Beneficencia, formadas por la autoridades y los médicos Diego Costa, Juan Febles, Diego Guigou, Ángel María Izquierdo y Eduardo Dominguez.

Todos lucharon sin descanso contra la enfermedad, instalando hospitales de aislamiento en las ermitas de San Sebastián, San Telmo y Regla, desinfectando casas, ciudadelas, calles y barrancos; estableciendo cocinas económicas para atender a los más necesitados; y  abriendo suscripciones públicas para los casos más urgentes, con las que se llegó a alcanzar las 65.000 pesetas.

Este espíritu de solidaridad también se trasladó a una compañía de zarzuela a la que la epidemia había sorprendió actuando en el Teatro, donde había estrenado El dúo de la Africana, del maestro Caballero, pues, durante estos tres meses ofreció dieciséis representaciones; de la misma manera que ocho toreros que venían de América, de paso para la Península, se incorporarían voluntariamente a las cuadrillas sanitarias, prestando una ayuda inestimable. Al terminar la epidemia, el Ayuntamiento les pagó el viaje de regreso a sus casas.

Sin embargo, el resto de las islas y las localidades del interior se incomunicaron de Santa Cruz. El pánico era tal que los vecinos de Güímar levantaron una pared de piedra en la carretera para cortar el paso. No obstante, también aquellas tierras del Sur resultaron afectadas.

Debido a este aislamiento, comenzaron a escasear los alimentos, el carbón vegetal, y el hielo. El combustible se solventó gracias al carbón mineral que utilizaban los barcos de vapor, cedidos por las casas consignatarias. El hielo, necesario para el alivio de los afectados, fue facilitado por  los barcos surtos en el puerto, hasta que se les agotó el amoníaco para su fabricación; entonces, sería el Ayuntamiento de La Orotava el que colaboró, enviándonos grandes partidas de hielo, desde los neveros del Teide.

Como los hospitales, tanto el civil como el militar, y el hospicio de San Carlos pronto estuvieron al completo, hubo que habilitar otros lugares para atender a los enfermos. Lo mismo pasó con las iglesias, en las que ya no había espacio para dar sepultura a los fallecidos. Para enterrar a las 40 personas que murieron en San Andrés, hubo que hacer un nuevo cementerio.

La enfermedad afectó especialmente a las zonas más deprimidas de la población, siendo los barrios de San Andrés, Los Llanos, El Cabo y El Toscal los más castigados y, de forma especial, su fuerza se dejó sentir en las calles del Humo, San Carlos, San Sebastián, San Juan Bautista, Ferrer, San Antonio, San Martín y Oriente, siendo ésta última la más castigada con el infortunio.

Después de tres angustiosos meses, el 11 de enero de 1894, la Gaceta de Madrid publicaba la noticia oficial de que la epidemia colérica había terminado y declaraba limpias las procedencias de Santa Cruz de Tenerife.

En señal de alegría y entusiasmo, repicaron las campanas, hubo música por las calles, se tiraron cohetes y se pusieron colgaduras de banderas en los edificios públicos. Pero, mientras esto ocurría, una caravana de mujeres, hombres y niños del barrio de San Andrés cruzaban la ciudad en peregrinación al Cristo de La Laguna, para cumplir con la promesa que le habían hecho.

El día 14 de enero, la imagen del Señor de las Tribulaciones sería llevada en solemne procesión desde la iglesia de San Francisco al barrio del Toscal, donde, a instancias del párroco Santiago Beyro, el Ayuntamiento en Pleno había acordado, el 4 de enero, dar a la calle de Oriente el nombre de Señor de las Tribulaciones pues, según la tradición popular, la propagación de la enfermedad paró en este lugar poco después de procesionar la imagen en rogativas por las calles del barrio. El 28 de abril de 2011, el Ayuntamiento capitalino designaría al Señor de las Tribulaciones con el título oficial de “Señor de Santa Cruz”.

De una población de 19.722 habitantes, habían sido atacados por la enfermedad 1.744, de los que  fallecieron 382. Por su eterno descanso, en la iglesia de Concepción de esta capital se celebró un solemne funeral, al que asistieron las primeras autoridades.

Las pruebas de abnegación y heroísmo demostrados por los habitantes de Santa Cruz durante la epidemia serían reconocidos oficialmente el 23 de abril de 1894, cuando el Consejo de Ministros concedió el título de Muy Benéfica, con la Cruz de Primera Clase de la Orden Civil de Beneficencia, con galardón y cinta.

En las fiestas de mayo de ese año 1894, en el que se conmemoraba el Cuarto Centenario de la Fundación de la Ciudad, el acto que revistió mayor solemnidad fue el celebrado en la plaza de la Candelaria, junto a la Cruz de Montañés, con la presencia de la Corporación Municipal, con Pendón y bajo mazas.

Ante numeroso público, el gobernador civil leyó el Real Decreto por el que se le concedía a Santa Cruz el título de Muy Benéfica, firmado por la reina regente María Cristina de Austria, madre de Alfonso XIII, a la vez que el Obispo bendecía la Cruz de Primera Clase de la Orden Civil de Beneficencia, y el gobernador civil la colocaba en el Pendón.

José Manuel Ledesma Alonso, Cronista Oficial de la Ciudad de Santa Cruz de Tenerife