230 años de la estancia en Santa Cruz de William Bligh, al mando de la ‘HMS Bounty’

Permaneció en el puerto entre el 4 y el 10 de enero de 1788, mientras reparaba los daños sufridos por un temporal a poco de haber salido de Inglaterra

William Bligh nació en San Tudy, condado de Cornwall (Inglaterra), en 1754. A los 17 años ingresó en la Marina Real Británica y seis años más tarde sería elegido por el  famoso marino James Cook como teniente de navío del H.M.S. Resolution, para que le acompañara en su tercer viaje de exploración por el océano Pacífico (1776), visitando por primera vez el puerto santacrucero.

Nombrado comandante de la fragata HMS Bounty, de 215 toneladas, 27 metros de eslora y 44 tripulantes, zarpó del puerto de Spithead, en Inglaterra, el 23 de diciembre de 1787, enviado por la Royal Society de Londres a buscar brotes de plantas del denominado “fruto del pan”, que crecía en abundancia en Tahití, para trasplantarlas en sus colonias de las Antillas, en el mar Caribe, y conseguir un alimento nutritivo y económico para el mantenimiento de los esclavos.

En el puerto de Santa Cruz de Tenerife, permanecieron desde el 4 al 10 de enero de 1788, mientras reparaban los daños sufridos por un temporal, a los pocos días de haber salido de Inglaterra, y de paso obtener agua y frutas, llevándose varios embudos de piedra (piedras para destilar agua).

Tras una larga y relajada estancia en Tahití, debido a que tuvo que esperar cinco meses para que las plantas madurasen y pudiesen ser transportadas en macetas, con las bodegas llenas de plantas vivas partió hacía las Indias Occidentales.

La mañana del 28 de abril, cerca de la isla de Tonga, nueve miembros de la tripulación, al mando del contramaestre Fletcher Christian, se amotinaron y se apoderaron del navío. El capitán Bligh y dieciocho hombres de su confianza fueron abandonados a su suerte en un bote de 7,60 metros de eslora, aparejado con remos y una vela. También le proporcionaron tablas náuticas, un sextante, un reloj, algunas herramientas, escasos alimentos y un barril de agua potable.

Bligh realizó una auténtica hazaña de navegación pues recorrió 3.618 millas (más de 6.500 km.) hasta arribar sanos y salvos a la isla de Timor, en Indonesia, después de 42 días de dura travesía. Durante el trayecto solo perdió un hombre, a consecuencia de un enfrentamiento con nativos hostiles en la isla de Tofoa, a la que arribaron para intentar recoger agua y víveres.

Este episodio sería fuente de inspiración para literatos, con la edición de la novela El motín de La Bounty, de la que se hicieron cinco películas, entre ellas Rebelión a Bordo, que fueron  protagonizadas por actores de la talla de Errol Flynn, Charles Laughton, Clark Gable, Trevord Howard, Marlon Brando, Mel Gibson y Anthony Hopkins.

Ascendido a comodoro sería gobernador de Nueva Gales del Sur. Retornado de nuevo a Inglaterra, fue nombrado contralmirante de la Azul y, en los últimos años de su vida, recibió el rango de vicealmirante.

Bligh murió en Londres, en 1817, siendo enterrado en la iglesia de Santa María, hoy Museo de Historia del Jardín. Su tumba con una leyenda que ensalza sus servicios a la patria, está coronada por un árbol del pan.

De su Diario de a bordo, entresacamos:

"A las 9,30 horas del 4 de enero de 1788, después de doblar una cadena de montañas rocosas, estériles y muy altas, fondeamos en la rada de Santa Cruz de Tenerife. Allí se encontraban un paquebote español en ruta para Coruña, un bergantín norteamericano y otros varios buques. Al mediodía, nos acercamos a un magnifico muelle en el que la gente puede desembarcar sin dificultad, si el mar no está muy agitado, y en el que existe una tubería de conducción de agua para el servicio de los buques, que todos los mercantes pagan.

Mandé a tierra al oficial Christiam para que notificase al Gobernador que habíamos atracado para repostar y reparar averías, a lo que dio respuesta muy amable, diciendo que nos suministrarían de todo cuanto hubiese en la isla. En nombre de Su Excelencia vinieron a saludarme el capitán del puerto y otros oficiales españoles, en cuya lancha bajé a tierra a cumplimentar a las autoridades.

La ciudad de Santa Cruz es de aproximadamente un kilómetro de extensión en cada sentido, construida de forma regular, y las casas son en general amplias y aireadas, pero las calles están muy mal pavimentadas. Me han informado que el número de habitantes de la isla se estima entre ochenta y cien mil y que están sometidos a algunas enfermedades, pero que los ataques de epidemia de moquillo son los que traen consecuencias más fatales, especialmente los de viruela, que ahora tratan de contrarrestar mediante la inoculación. Por esta razón son muy perspicaces admitiendo sólo a buques que dispongan de un certificado sanitario; precisamente, la corbeta The Chance, proveniente de Londres, al mando del capitán William Meridith, que entró en puerto un día antes de salir nosotros, no se le permitió bajar a tierra a ninguna persona a menos de que yo diera fe de que ya no existía la epidemia que hacía estragos en Inglaterra en el momento en que este salió; gracias a esto, recibieron los suministros que necesitaban y no estuvieron obligados a realizar la cuarentena. También el Gobernador le concedió permiso al botánico de la expedición, David Nelson, para que saliera de excursión y herborizara por los todas las montañas inmediatas a la ciudad.

El lunes comenzamos el aprovisionamiento del buque, a cargo del consignatario Collogan e Hijos. Dadas las malas condiciones de la marejada reinante, el traslado del agua en las barcazas se estipuló en 5 chelines por tonelada de carga transportada hasta el barco. El excelente vino, a 10 libras esterlinas la pipa, y otro de clase superior a 15 libras, no tiene nada que envidiar a los mejores Madeira que se venden en Londres. Hicimos un acopio de 865 galones de vino, y las facturas se las hemos remitido a Sir Joseph Banks para que sean incluidas en la contabilidad de la Royal Society. Sus exportaciones anuales de vino son de veinte mil pipas. Los buques frecuentan la isla para llevarse una gran cantidad de vino de Tenerife a las diferentes partes de las Indias Occidentales.

Para los otros productos que necesitábamos: maíz, patatas, calabazas y cebollas, la estación no era la propicia, por lo que sólo pudimos conseguir unos pocos higos secos y naranjas de baja calidad, pagados al doble precio que en temporada estival; por ello, en época de escasez, Tenerife recibe provisiones de otras islas, pues la producción de cereales no alcanza para sus necesidades. Por fortuna encontramos bastantes limones los cuales nos servirán para evitar el escorbuto en la tripulación.

Nos fue difícil conseguir carne de vacuno de mediana calidad, a 6 peniques la libra. Escasas también son las aves de corral, tanto que conseguir un buen pollo equivale a desembolsar 3 chelines.

Tuve el honor de que Su Excelencia me mostrara el asilo, ellos lo llaman Hospicio, construido en una gran extensión de terreno, con cabida para 120 niñas y otros tantos niños pobres que aparentaban tener un semblante alegre.

En una estancia espaciosa, mujeres jóvenes y niñas, con una vestimenta decente y pulcra, organizaban admirablemente sus ruecas y telares. Una institutriz inspeccionaba y coordinaba todos sus trabajos de fabricación de cintas de colores de seda y ropas de abrigo hechas de lino, incluso el teñido de las propias prendas la realizaban ellas. Los hombres y los niños se dedicaban a los trabajos más laboriosos, como el blanqueo de prendas confeccionadas con lana común; cuentan también con la visita de un inspector que les ayuda de la misma manera que la institutriz lo hace con las chicas.

El Gobernador les visita cada día mientras que un clérigo les asiste por las noches. En el caso de enfermar, recibían toda clase de ayudas y cuidados hasta el resto de sus días. El tiempo de estancia de las acogidas, de acuerdo con los estatutos, se limitaba a una permanencia de cinco años, al cabo de los cuales se podían casar o independizar ejerciendo el oficio aprendido.

Gracias a esta humana institución, un buen número de personas se vuelven útiles y laboriosas en un país donde los pobres, por la indulgencia del clima, son demasiados propensos a preferir una vida de inactividad. Tengo que resaltar que la materia prima era donada por los comerciantes de Santa Cruz, y con las limosnas y donaciones se sufragaban los gastos de alimentación. Con todo, la institución representaba un esfuerzo sumamente loable.

Después de haber terminado nuestros negocios en Tenerife, el jueves 10, con nuestro barco en buen estado de salud y con bebidas espirituosas a bordo, emprendimos la navegación con el viento sureste".

José Manuel Ledesma Alonso, Cronista Oficial de la Ciudad de Santa Cruz