Fuentes y chorros de agua que mitigaron la sed en Santa Cruz de Tenerife

Las que sobrevivieron con el tiempo se han convertido en un elemento ornamental de la ciudad

A principios del siglo XVIII, los 2.200 habitantes de Santa Cruz se abastecían del agua que corría por los barrancos, la que extraían de las norias –calle a la que dieron nombre– y la de los pozos o aljibes de las huertas o patios de las casas cuyos propietarios podían permitirse este lujo.

Por ello, en 1706, el capitán general Agustín de Robles y Lorenzana mandó traerla desde el manantial del monte Aguirre, a través de 12 kilómetros de atarjeas de madera que al llegar a la población transcurría por canales soterrados de mampostería por la calle de las Canales Bajas (Doctor Guigou), seguía por la calle del Pilar, cruzaba San Roque (Suárez Guerra), Barranquillo (Imeldo Serís), hasta llegar a la Casa del Agua, situada en la calle de las Canales (Ángel Guimerá). Desde aquí, se llevaba a la huerta del convento de Santo Domingo, actual Teatro Guimerá, y a la Pila que se colocó en la plaza que luego llevaría su nombre, actualmente La Candelaria.

La primera fuente pública –La Pila- con la que contó Santa Cruz para que sus habitantes pudieran abastecerse de agua en cualquier época del año, realizada en piedra volcánica del país, tenía, en su centro y en alto, un surtidor por el que salía el agua que caía en un pequeño estanque o pileta circular, de donde a su vez rebosaba por las bocas de seis mascarones, a modo de gárgolas muy poco resaltadas.

En 1802, sin que se sepan las causas, se cayó al suelo y se rompió el pedestal que soportaba la copa que coronaba la fuente y en el que había dos cartelas con las armas reales de España. Al recomponerla, dicho pedestal sería sustituido por otro más pequeño y las piezas se unieron con pernos de metal.

En 1844 fue llevada al depósito municipal, de donde la rescató Anselmo J. Benítez y la expuso en los jardines de su Hotel Villa Benítez. Al remodelar la Plaza de La Candelaria, en 1986, volvería a instalarse en su lugar de origen, aunque no en el centro como estaba al principio.

Como, un siglo más tarde, los vecinos continuaban sacando agua de las norias o tenían que ponerse a la cola en la citada fuente, lugar donde se producían aglomeraciones, conflictos y disputas, sobre todo en verano, debido al poco caudal, otro capitán general, Francisco Tomás Morales y Afonso, inauguraría (1838) en el barrio de El Cabo la segunda fuente pública de Santa Cruz. En agradecimiento por haber dotado de agua abundante y permanente a la población, el Ayuntamiento tomó el acuerdo de llamarla Fuente de Morales.

La fuente, de piedra basáltica, está formada por el recipiente con los arcos, la cornisa, el entablamento, cuatro caños con forma de testas humanas y un receptáculo que recogía los derrames donde abrevaban los animales. En 1907, pasaría a tener el doble de bocas de agua, al colocar caños en medio de los existentes. En el año 2010 hubo que desplazarla unos metros debido a la apertura de la calle que lleva su nombre.

La Fuente de Isabel II sería la tercera en ponerse en funcionamiento, al comienzo de la calle de La Marina, el 25 de agosto de 1845.

Fabricada de granito basáltico, color azulado y con las características propias del clasicismo romántico, se compone de un receptáculo, un primer cuerpo formado por seis columnas de orden toscano, que sostienen el friso, y un segundo cuerpo o remate, coronado por el Escudo de Armas de la Ciudad. En los intercolumnios hay cinco espacios en los que destacan sendas cabezas de león, de bronce, que “arrojan” por su boca el cristalino líquido que cae en la oblonga pila, a la que se accede por una escalinata. A su espalda se sitúa el depósito que surtía de agua a la propia fuente, al riego de la Alameda de la Marina y el abastecimiento de los buques.

Como dijimos al principio, el capitán general Agustín de Robles había otorgado (1706) a los frailes del convento dominico de La Consolación el derecho a un dado de agua para el riego su huerta pero, después de la desamortización de Mendizábal (1836), estos bienes pasaron a la municipalidad, construyéndose el Teatro Guimerá y la Recova Vieja en el solar resultante del derribo.

El chorro de cuatro caños que estaba en la citada huerta, formado por un receptáculo en cuyo centro se levantaba un pilar cuadrado de piedra basáltica coronado por una gran esfera, también de piedra, se convertiría, en 1893, en la Fuente de Santo Domingo. Esta obra del arquitecto municipal Antonio Pintor y Ocete, labrada en piedra del país, con cuatro grifos, estaba rematada por un candelabro de farolas –desaparecido–. A ella acudían los vecinos de los barrios de la Consolación (Puerta Canseco) y Vilaflor (Miraflores) pues estaba situada en la plazuela resultante de la confluencia de las calles La Luz (Imeldo Serís) y Canales (Ángel Guimerá).

A su lado se encuentra, desde el año 2000, la escultura de La Aguadora del artista Medín Martín, encargada por el Ayuntamiento para rendirle homenaje a una de las profesiones que llevaron a cabo las mujeres de Santa Cruz hasta principios del siglo XX, consistente en recoger cántaros de agua de las fuentes públicas y llevarla, sobre su cabeza, hasta los hogares que la solicitaban, a cambio de una remuneración. Su papel fue muy importante, especialmente durante los periodos de sequía, ya que el servicio de abastecimiento de agua no estaba regularizado y muchas de las viviendas no contaban con este recurso de forma particular.

El Chorro de los Caballos, de piedra basáltica, fue mandado a construir, en 1805, por el capitán general de Canarias, el Marqués de Casa Cajigal. Se encontraba en la plazuela que formaban las calles Santa Rosalía, Ferrer, Los Campos (actual José Naveiras) y Méndez Nuñez. Se le conocía por este nombre porque su receptáculo, siempre lleno de agua, era utilizado como abrevadero público para las bestias.

El Chorro del Muelle, utilizado como caño de la aguada para que se suministraran los buques, colocado en 1813, estaba situado en el recodo que formaba la playa de la Alameda con el muelle, pegada al muro del Castillo de San Cristóbal.

El chorro de Puerto Escondido, puesto en funcionamiento en 1845 en la plaza del Patriotismo, tenía cuatro caños. En 1912 lo volvieron a cambiar de lugar, poniéndolo a la entrada del Parque Recreativo, donde desaparecería en 1932.

También hubo un Chorro en el camino de La Laguna (Rambla de Pulido), cerca del cruce con la calle Benavides, realizado por la Sociedad Constructora en 1837 y cedido al servició de aguas municipales.

Como en todas estas fuentes y chorros el agua salía de forma continúa por los caños, perdiéndose por las calles y los barrancos, se propuso dotarlos  de grifos con llave que permitieran mantenerlos cerrados.

Aunque las fuentes y chorros que sobrevivieron (La Pila, Morales, Isabel II y Santo Domingo) ya no tienen su primitivo cometido, sus centenarias piedras las han convertido en un elemento ornamental de la ciudad, formando parte del patrimonio histórico de Santa Cruz de Tenerife, como testimonio material. Por ello, los responsables municipales, con el fin de recuperar estos espacios importantes en la historia de la Ciudad, han venido llevando a cabo una serie de actuaciones de conservación y ornato, dotándolas de agua e iluminación adecuada, a la vez que han protegido su entorno.

José Manuel Ledesma Alonso, Cronista Oficial de la Ciudad de Santa Cruz de Tenerife