Relatos de Santa Cruz, siglos XVIII y XIX (XV)

Luna de Miel en Tenerife de Richard Burton e Isabel Arundell

Mi esposo y yo llegamos al puerto de Santa Cruz de Tenerife, en marzo de 1863, con el fin de disfrutar de la luna de miel que no habíamos podido llevar a cabo debido a sus compromisos políticos, pues nos habíamos casado el 22 de enero de 1861.

Cuando vimos Santa Cruz desde la cubierta del Senegal, vapor en el que habíamos viajado desde Londres, todo daba la sensación de exuberante con el cielo azul de fondo y sus montañas expuestas al viento formando masas irregulares de rocas, salvajes e imaginativas. Al fondo de la ciudad había una pequeña nube con forma de pan de azúcar, en la que se encontraba el Pico de Tenerife.  

Esta ciudad se encuentra muy cerca del mar, es llana y bañada por un color blanco. Los cañones amenazan desde la orilla. Los únicos edificios altos eran sus dos iglesias.

Cuando el pequeño barquito a remos que nos había recogido en el vapor llegó al pequeño muelle, una docena de chicos cogieron nuestros bultos y nos dieron un pequeño paseo hasta llegar al hotel Camacho, en la calle Dr. Comenge, 11 (actual San Francisco), un lugar cómico, viejo y destartalado, pero con un interior curioso, recuerdo de la grandeza y el estilo español-morisco, mejor para dibujar que para dormir y comer.

El hotel tenía un gran patio interior, de donde partía una amplia escalera de roble que te llevaba a las habitaciones de la parte alta, las cuales se encontraban concentradas alrededor de una preciosa balconada de madera noble de la que colgaban unas enormes enredaderas verdes que lo cubrían todo, dándole frescor y un aspecto antiguo y romántico.

La comida nos la servía Rita, una mujer agradable, ni joven ni bonita, vestida de mantilla blanca, con bombín de felpa negra. La comida era igual de antigua que el hotel, e igual que los sirvientes.

Richard quería pasar unos días en Santa Cruz, donde ya había estado, en 1861, cuando iba a tomar posesión del consulado de Fernando Poo. En este margen de tiempo ha notado que la ciudad ha experimentado un considerable aumento de edificios, sobre todo en la calle de La Marina, donde se encuentran las oficinas relacionadas con el puerto franco.

Pero esta vez habíamos llegado en un mal momento, pues la ciudad de Santa Cruz acababa de sufrir una epidemia de fiebre amarilla en la que, de los 7.240 habitantes, fallecieron 497.

A nosotros se nos dio el caso que cuando fuimos a visitar a un conocido de Richard nos encontramos con su funeral en la calle; al preguntar el motivo nos dijeron que había contraído la fiebre a las nueve de la mañana y fallecido dos horas más tarde.

Tan fuerte era el pánico en la ciudad que, cuando una persona empezaba a sentirse mal, se traía un ataúd y la víctima se colocaba en su féretro en el momento de entrar en coma. Al enterrarlo sólo se le ponía una pequeña cantidad de tierra encima, por si recuperaba la conciencia. Se dio el caso de que una mujer volvió a su hogar vestida con su mortaja y la hija que estaba sentada en la mesa de la cocina, aun lamentando la muerte de su madre, al verla cayó desmayada. Curiosamente la madre viviría muchos años, e incluso tuvo más niños; sin embargo, la hija jamás se recuperó del trauma y perdió la cabeza.

Ante este panorama le sugerí a Richard que deberíamos buscar un lugar más seguro donde establecernos durante el mes que teníamos previsto pasar en Tenerife, así es que tomamos un carruaje y nos desplazamos a La Laguna, un bonito pueblo situado a mil quinientos pies, muy por encima de donde se encontraba la fiebre.

Para salir de la ciudad utilizamos una buena y serpentina carretera que discurre por una montaña, dejando a la izquierda un regimiento de molinos puestos en fila, que esperaban la llegada de don Quijote.

Para que yo pudiera conocer todas las bellezas de esta Isla, alquilamos unos caballos y nos dedicamos a recorrerla, incluso ascendimos al Pico del Teide.

Sir Richard Burton (Torquay, Reino Unido,1821-Trieste, Italia 1890) estudió en el Trinity Collage de Oxford y, en la madurez de su vida, llegó a hablar 25 lenguas y 40 dialectos.

Aunque Burton fue más conocido por haber descubierto las fuentes del río Nilo, su vida estuvo marcada por sus constantes aventuras, ya que fue el primer occidental que pisó la Meca, disfrazado de musulmán afgano, y entró en la ciudad islámica de Harar, donde creían que si un europeo ponía los pies en ella era la señal del final de su cultura. En una expedición a tierras somalíes, una lanza le traspasó la mandíbula, dejándole una cicatriz en la cara que le acompañaría toda la vida.

Isabel Arundell (Londres, Inglaterra, 1861 - 1896) nació en el seno de una familia de la aristocracia católica, rica y respetada; por ello, la boda de una lady de la alta sociedad británica con un aventurero protestante de reputación dudosa, provocó gran desconcierto en su familia.

A la muerte de su cónyuge (1890), sumida en una profunda tristeza y soledad, se encerró en su residencia consular de Trieste para ordenar los manuscritos de su amado Richard, quemando la mayoría de ellos.

Ambos están enterrados en un mausoleo, con forma de tienda de beduinos, situada en el patio de la iglesia de Santa María Magdalena, en Mortlake (Londres).