El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife es el mejor del mundo. Lo es porque el pueblo chicharrero y tinerfeño lo ha hecho grande. Y porque es la expresión pública y lúdica de una forma de entender la vida desde el optimismo, la alegría y el respeto.
En alguna ocasión he dicho que, en cada uno de los chicharreros, en cada uno de los tinerfeños, late un Carnaval que se traduce en miles de historias personales, que colectivamente han dado forma a una de las manifestaciones de la cultura popular más impactantes del mundo.
Santa Cruz tiene un Carnaval único y, por tanto, un patrimonio inmaterial que debemos preservar y difundir como una señal que nos identifica y nos enorgullece como pueblo.
Por eso y por otras razones, como su papel en la promoción exterior de la ciudad y su potencial como generador de actividad económica y empleo, promoveré la adopción de medidas de carácter normativo que protejan nuestra fiesta; es decir, que protejan una parte fundamental de nuestra propia identidad.
En esa dirección, nuestro Carnaval, aun con margen de mejora, no puede quedar al albur de voluntades individuales que pongan en riesgo no ya su esencia, sino su propia pervivencia. Y ambas pasan, indefectiblemente, por mantener su presencia en la calle.
La calle es la fuerza motriz que alimenta la fiesta. Porque si no hay calle, tampoco habría explicación para la brillantez de todos los actos y concursos previos.
Calle y concursos son caras de la misma moneda. Y es la conjunción de ambos factores lo que nos hace imbatibles, inimitables.
Desde esa perspectiva, urge que el Legislativo –en este caso el autonómico– promueva una ley que blinde la celebración del Carnaval en virtud de esos valores intangibles: tradición e identidad.
He dado instrucciones a los servicios jurídicos municipales a que elaboren una propuesta para someterla al debate y a la consideración de los órganos que procedan, pero cuyo objetivo básico es su protección.
No podría ser de otra manera, tratándose de la única fiesta de Canarias declarada como de Interés Turístico Internacional y que, además, mueve cada año, a cientos de miles de personas.
En idéntica línea, el Ayuntamiento impulsará su declaración como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco, lo cual constituiría un nuevo y decisivo hito en esa protección.
El Carnaval puede seguir mejorando, mediante el diálogo con los vecinos, en temas de seguridad, limpieza o urbanidad, sin que nos planteemos ni su traslado ni la sustitución de los lugares tradicionales por otras zonas. Porque el Carnaval no puede renunciar –de ningún modo– a su esencia, que es la gente en la calle.