Cinco años de estancia del antropólogo francés René Verneau

Enviado por la Escuela de Antropología de París, investigó las semejanzas entre el hombre de Cro-Magnon y la raza guanche de Tenerife.

René Verneau nació en La Chapelle (Francia), en 1852, y falleció en París en 1938, mientras trabajaba en una obra sobre los guanches de Tenerife que no llegó a culminar. Antropólogo. Profesor del Instituto de Paleontología Humana y conservador del Museo de Etnografía y del Museo Nacional de Historia Natural de París. En España sería nombrado Caballero Comendador de la Orden de Alfonso XII.

En 1876, llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, enviado por la Escuela de Antropología de París para investigar las semejanzas entre el hombre de Cro-Magnon, encontrado en Francia, y la raza guanche de Tenerife. Su estudio serviría para esclarecer los orígenes de las diferentes razas europeas.

Después de cinco años de investigación en el Archipiélago, Verneau llegó a la conclusión de que la raza de Cro-Magnon era el elemento predominante en los guanches de Tenerife, a la vez que establecería el primer sistema tipológico de la población prehispana canaria (guanche, semita y beréber).

Sus investigaciones de antropología física contribuirían, de manera decisiva, al auge de esta disciplina en el Archipiélago. Según palabras de Luís Diego Cuscoy, “significarían la entrada del Archipiélago Canario en la historia de la Antropología con personalidad propia”.

Durante los cinco años de estancia, a la vez que recopilaba abundantes datos sobre la primitiva raza guanche, se dedicó a expoliar nuestras necrópolis, reuniendo bastantes materiales que enviaba al Museo del Hombre de París.

Luego, regresaría en varias ocasiones al Archipiélago para clasificar, ordenar y estudiar los materiales del Museo Canario de Las Palmas.

En su libro Cinco Años de Estancia en las Islas Canarias, publicado en 1891, deja constancia de su paso por  Santa Cruz de Tenerife.

“El muelle de Santa Cruz, comenzado hace varios siglos, no tiene más de 300 metros de largo y abriga bastante mal la rada. Ningún navío puede atracar. Se trabaja en su prolongación, pero de vez en cuando un golpe de mar viene a destrozar lo que se había construido con mucho esfuerzo. Cuando los trabajos sean impulsados con más actividad y se llegue a terminar, este puerto podrá ser de gran utilidad para las comunicaciones con el mundo por el abrigo que dará a las embarcaciones.

Hoy los navíos lanzan el ancla al norte del puerto, donde encuentran un fondeadero muy estrecho. Siempre están expuestos a perder sus anclas por la mar gruesa, a causa de que el fondo está lleno de rocas. Este accidente ocurre con bastante frecuencia, y Sabino Berthelot, nuestro lamentado cónsul, que tanto tiempo vivió en Tenerife, me decía un día que él se contentaría con el capital que representan las anclas y las cadenas que yacen en el fondo de la rada de Santa Cruz.

La ciudad, capital de la provincia de Canarias, esta rodeada de montañas estériles. Sólo tiene vegetación por el lado Oeste. Cerca del muelle se ve una pequeña plaza ajardinada con poca apariencia. La plaza de la Constitución está completamente enlozada y los únicos adornos que tiene son una columna que soporta a la Virgen de Candelaria, guardada por cuatro reyes guanches, y una cruz en el otro extremo. Es verdad que existe un encantador paseo al centro de la ciudad, la plaza del Príncipe, que es el lugar donde se reúne, por la tarde, toda la aristocracia de la ciudad y donde se puede entrever, en una media oscuridad, las jóvenes señoritas que no exponen jamás, durante el día, su pálida tez a los ardores del sol.

Los edificios de Santa Cruz comprenden dos iglesias bastantes feas y la residencia del capitán general, gobernador militar de la provincia. También se encuentran dos hospitales, uno civil y otro militar, cuarteles y una casa sucia, sin adornos, a la que se le da el nombre de teatro. Parece ser que, de vez en cuando, se dan representaciones. La municipalidad está instalada en el viejo convento de San Francisco, detrás de la iglesia de este nombre. Se diría que las autoridades civiles intentan esconderse detrás de las religiosas. Como en todas las islas, el clero ocupa aquí el primer rango.

Las principales casas de la ciudad están agrupadas alrededor de la plaza de la Constitución, cerca del muelle, y en la calle del Castillo. En la misma plaza se encuentran dos hoteles españoles con sus patios llenos de palmeras, plataneras, buganvillas y mil plantas más. A primera vista, estas fondas tienen un aspecto bastante bonito, pero no hay que fiarse de las apariencias. Las habitaciones están llenas de mosquitos y pulgas que parecen ensañarse con los recién llegados. Durante la noche corren por todas las paredes nubes de esas horribles cucarachas que, parece ser, fueron importadas de América. El medio les ha sentado tan bien que han multiplicado su tamaño.

Lo que terminó por hacerme coger tirria a las fondas españolas de Tenerife es la comida. Durante todo el año se está condenado por las mañanas a huevos fritos, pescado o carne, dura como una suela, e igualmente frito. Por la noche, el menú no es más variado y se está seguro de ver aparecer el eterno puchero. Este cocido es una verdadera macedonia. Se compone de carne, garbanzos, coles, papas, batatas, habichuelas, calabaza, bubangos, etc. Esta lista, que puede parecer fantástica, no está, sin embargo, completa, y hay que haber comido este potaje, adicionado con mucho arroz, para hacerse una idea. Quizá las cosas hayan cambiado después de mi estancia en esta ciudad. Se han abierto nuevos hoteles y puede ser que la competencia haya sacadote su torpeza a los antiguos fondistas.

Santa Cruz es un verdadero horno. Durante el día todas las calles están desiertas. En el barrio que se encuentra al sur del barranco que atraviesa la ciudad, las mujeres no se encierran sino que se les ve tumbada a la sombra, buscándose mutuamente los piojos, mientras que sus hijos, completamente desnudos, chapotean en el agua.

La población pobre no brilla por su limpieza. Se encuentran mujeres vestidas con enaguas andrajosas y una camisa que deja ver unos pechos que tendrían necesidad de ser lavados fuertemente con lejía. Los hombres, especialmente los mozos de cuerda, llevan con frecuencia por toda vestimenta unos calzones y un sombrero de grandes bordes. La clase acomodada se viste a la europea e incluso las mujeres reemplazan por un sombrero la mantilla, que les va muy bien.

Al norte de Santa Cruz las montañas llegan hasta el mar. Sin embargo, más allá de Paso Alto, se puede bordear el mar pasando por una playa de gruesos guijarros, y con marea baja se llega hasta el Bufadero, una especie de sifón por donde salta bramando el agua que penetra con fuerza en una gran cueva volcánica.”

Verneau también se aventuró a visitar el macizo de Anaga y después de recorrer a pie tortuosos senderos y angostas veredas llegaría al Faro de Anaga, en Roque Bermejo, que había entrado en funcionamiento el 19 de septiembre de 1864.

“Después de haber rodeado algunas montañas, vimos el Faro de Anaga encaramado sobre un peñón, a 24 metros por encima del nivel del mar. Allí encontramos la acogida más franca y solícita que jamás habíamos tenido pues don Bernardo López, el guardián del faro, siempre recibe con los brazos abiertos a los pocos extranjeros que van a visitar sus soledades.

La segunda vez que volví a ver a este buen hombre y a su familia me sentí verdaderamente emocionado por las atenciones que me prodigaron, pues, unos meses más tarde, mi mujer, que me acompañaba en todas mis excursiones, quiso hacerle una visita a don Bernardo. En el mismo día fuimos desde Santa Cruz al Faro de Anaga, dando grandes rodeos para explorar los lugares que yo aún no había recorrido. A la caída del sol nos quedaban más de cuatro horas de camino por unos senderos cuya sola vista daba vértigo. A las nueve oímos bramar el mar a unos 300 metros debajo de nosotros. Las bestias caminaban con mucha precaución para no caer en los horribles precipicios en que nos metimos sin darnos cuenta, ya que la oscuridad era muy grande. Asustada, mi mujer quiso poner los pies en tierra, pero tuvo una caída tan desgraciada que se fracturó el peroné. Hubo que atarla en la montura, y fue de esta forma como llamamos, a la una de la mañana, a la puerta del faro.

Decir los cuidados solícitos de los que fuimos objeto sería imposible. Como no podíamos volver de la misma manera a Santa Cruz, don Bernardo envió a un hombre a buscar una lancha a la capital y fue de esta forma como volvimos de esta penosa excursión".

José Manuel Ledesma Alonso, Cronista Oficial de la Ciudad de Santa Cruz de Tenerife